Pilar Martínez es una trabajadora social de los servicios sociales municipales de Albacete. Ha escrito unas reflexiones sobre el trabajo diario y la función de las prestaciones sociales. Las ha enviado al Colegio Oficial de Trabajo Social de Castilla-La Mancha para que le den la mayor difusión posible y compartirlas con el mayor número de profesionales posible. Nos sumamos a ello.
LOS SERVICIOS SOCIALES Y SUS GOLOSINAS
Estamos asistiendo a momentos de fuertes cambios sociales, donde las desigualdades sociales se agudizan, polarizándose en sus dos extremos y quedando como siempre la balanza muy desequilibrada a favor de los que más tienen y en perjuicio de los que han quedado fuera del sistema productivo.
Los profesionales de los Servicios Sociales, y más concretamente los Trabajadores Sociales, siendo la puerta de entrada al sistema público, formamos parte de esa otra realidad “deseada” por una mayoría, pero de difícil acceso. Ante nosotras desfilan cada día personas de rostro joven, familias desesperadas, que en otra época disfrutaban de los bienes de esta sociedad de consumo, y albergaban un sueño: conseguir que su empresa los hiciera indefinidos.., matricularse en un curso de formación para mejorar su capacitación y así poder cambiar de trabajo, y por qué no, presentarse a oposiciones para ser ” funcionario público”.
Estas personas han perdido el empleo e inician un peregrinaje. Se dirigen a las oficinas de empleo y se inicia el período de las prestaciones o subsidios. Curiosamente con esos ingresos no pueden hacer frente a todos los gastos, pero al menos disponen de lo básico para el pago de la hipoteca o el alquiler, ¡Menos mal, la vivienda la mantenemos!
Siempre hay una madre o una suegra que prepara una comida, que hace una compra, alguna amiga que pasa la ropa de sus hijos,…Bueno, esto pasará!, se resignan a pensar: Después habrá que realizar unos cuantos cursos, presentar curriculum en infinidad de sitios y nada, será cuestión de esperar. Las prestaciones tocan su fin, sólo quedan unos meses y ahora …qué hacer. Una conocida les habló de los Servicios Sociales :“seguro que allí pueden ayudarte”. Y acuden desesperados, con recibos de hipoteca y préstamos personales sin pagar, los niños sin academia de idiomas, de repaso,… con esperanzas rotas y muchos sentimientos de fracaso e injusticia. Pero aún les queda la última puerta por abrir: ¡¡Los Servicios Sociales!!
Y ahí estamos nosotras, las Trabajadoras Sociales, quienes escuchamos pacientemente, sentimos en nuestra piel la desolación de la pérdida, vislumbramos el precipicio de la exclusión, pero insistimos en devolver la ilusión y la fantasía de que algo se puede mejorar. Para ello, además de las habilidades y herramientas profesionales que cada una tiene sacamos nuestra “caja mágica de las prestaciones sociales” y las ofrecemos.
Valoramos una solicitud, otra..,otra más, esta no se ajusta, para acceder a esta otra no reúne tal requisito…Así hasta que llegamos a las ayudas de emergencia social, qué maravillosas, seguro que alguna se puede tramitar, bien sea para pagar unas gafas, una deuda de dos meses de alquiler, o un recibo de la luz, da lo mismo, pues ya que el sistema no les ofrece un puesto de trabajo al menos que les costee algún gasto, por insignificante que sea.
Resulta sorprendente entonces cómo la golosina de la prestación social devuelve ilusión a quienes lo han perdido todo, cómo el sueño de poder pasar a esa otra realidad “deseada” se instala en ellos, y cómo las personas cuanto más hundidas están y más han perdido, mayor necesidad tienen de creer en “otro mundo”.
Los Trabajadores Sociales y nuestras golosinas, repartidas con comprensión y afecto entre los nuevos pobres están sirviendo para contener mucha rabia, mucho desasosiego e injusticia, para entretener, para distraer del principal problema, para seguir fantaseando.
Cuando reflexiono todo esto siento un poso de amargura y me pregunto dónde está nuestra función movilizadora de agentes de cambio, cómo el sistema nos engulle para que, casi sin sentir, acabemos siendo sus fieles cumplidores repartiendo golosinas disfrazadas de soluciones e ilusiones que aplacan los deseos de lucha y reivindicación de nuestros usuarios.
Pero,¿cuál debería ser nuestro reto?. ¿Tal vez descarnar la realidad explicando lo absurdo que resulta solicitar una ayuda para adquirir unas gafas, cuando no se dispone de lo mínimo para cubrir las necesidades básicas?, ¿Señalar las dificultades que se van a encontrar cuando inicien la trepidante carrera hacia la búsqueda de empleo?, ¿Quitar los disfraces de este sistema público y apelar a su sentido crítico instando a la unión y a la reivindicación?…O ¿es que es necesario que ayudemos a seguir forjando sueños?
Bien es verdad que una prestación económica “gestionada con empatía y sentimiento” ayuda a nuestros usuarios a sentir que ya no tienen tan mala suerte y les crea la ilusión de que ya no son tan diferentes porque también una parte de lo público les pertenece.
Pero no nos engañemos, se trata sólo de una ilusión pasajera. Los Trabajadores Sociales siguiendo nuestro Código Deontológico tenemos la obligación de poner límites al reparto de golosinas, que por otra parte tan entretenidos nos tiene, y liberar tiempo para una intervención profesionalizada con actuaciones a nivel preventivo, inventando nuevas formas de resolución de problemas y rescatando viejas formas de actuación comunitaria.
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