"Repensando la intervención social" es un artículo publicado en la revista Documentación Social, núm. 147, 2007, pp. 183-198). Su autor es Fernando Fantova, Doctor en sociología yonsultor social. Si te interesa, en su página web, www.fantova.net, se puede acceder a otros artículos y enlaces interesantes.
No sólo en España he escuchado hablar y he hablado de intervención social. Así, en los últimos quince años he tenido ocasión de trabajar expresamente en torno a este concepto con diferentes organizaciones y, en particular, universidades en varios países latinoamericanos de habla hispana. Por el trabajo y la interacción que he podido mantener en el ámbito europeo, diría que es un término de poco uso en habla inglesa y de utilización mayor (y emergente) en el contexto francés o italiano, similar en intensidad y contenido, podría decir, a la que tiene en el contexto español.
Sea como fuere, a mi entender no contamos con una definición clara y consensuada de intervención social. Se utiliza la expresión y creo que, basándonos en su uso, podemos llegar a perfilar una definición aceptable y, sobre todo, útil pero también es cierto que no faltan la ambigüedad y la confusión en lo que escribimos y leemos sobre la intervención social. De ahí esta modesta aportación a la construcción del concepto que someto, lógicamente, a la consideración de quienes tengan la amabilidad de leerla.
Así, propongo denominar intervención social a aquella actividad que:
• se realiza de manera formal u organizada,
• intentando responder a necesidades sociales y, específicamente,
• incidir significativamente en la interacción de las personas,
• aspirando a una legitimación pública o social.
[...] Ciertamente en algunos contextos se ha hablado y se habla de intervención social para referirse a todo el campo que acabamos de dibujar, a todo el conjunto de esa acción pro bienestar que hemos colocado bajo el paraguas de la política social. Un ámbito para el que en ocasiones se utiliza también el concepto de protección social14. Sin embargo, lo más frecuente es que entendamos que cuando se habla de intervención social estamos hablando de una parte de ese todo.
Una opción para identificar esa parte sería decir que hablar de intervención social es lo mismo que hablar de servicios sociales. Sin embargo tampoco esta opción me parece deseable, porque el concepto de servicios sociales, concretamente en España, está muy asociado a una determinada realidad institucional regulada legalmente y la intervención social (y el uso de esa expresión) desborda, a mi entender, ese ámbito15. La opción que se propone aquí es la de entender que, en general, lo que se hace en España en el ámbito de los servicios sociales sería intervención social, pero que también son intervención social actividades diferentes, que se hacen fuera de ese ámbito.
Sea como fuere, tanto para los servicios sociales como para la intervención social en general propongo entender que el bien protegible, la finalidad específica, la necesidad social a la que dan respuesta es la interacción. Como esta es una idea bastante extraña, intentaré explicar a qué me refiero. Tomemos el ejemplo de la intervención sanitaria. En ese caso el bien protegible, la finalidad específica, la necesidad social de referencia no es otra que la salud. Claro que la salud depende de muchos fenómenos y actuaciones, pero nos parece tan importante que hemos creado toda una rama de actividad (y, en nuestra sociedad, un sistema público en su seno) para conservarla, mejorarla, buscarla...
Pues bien, existe otro bien muy preciado que yo propongo llamar interacción y que podríamos definir como el ajuste entre la capacidad de desenvolvimiento autónomo de la persona en sus entornos vitales y el apoyo social disponible a través de los vínculos familiares, convivenciales, comunitarios o sociales en general. Propongo la palabra interacción porque permite hacer referencia tanto a lo que la persona hace como al apoyo o ayuda que recibe gracias a los vínculos informales que mantiene. Lo relevante no sería tanto el que la persona sea más o menos autónoma (pensemos en el bebé humano) o disponga de muchos o pocos vínculos (pensemos en el ermitaño) sino el ajuste entre autonomía personal e integración relacional en cada contexto y momento del ciclo y el proyecto vital de cada persona.
Desde mi punto de vista lo que hacen los servicios sociales es incidir en lo que tiene que ver con la interacción. Por más que nuestra mirada esté acostumbrada a ver grandes diferencias entre la intervención social con “personas mayores en situación de dependencia”, “menores inmigrantes sin compañía”, “mujeres maltratadas”, “personas con discapacidad”, “personas en situación de exclusión social”, “familias desestructuradas”, “barrios desfavorecidos”... creo que lo que hacemos básicamente en todos esos casos es trabajar en relación con la autonomía personal e integración comunitaria, con eso que propongo llamar interacción.
Esta conceptualización permite a los servicios sociales, a mi juicio, asumir su historia, su actividad y su compromiso con los denominados colectivos vulnerables (algunos de los cuales acabo de mencionar) y, a la vez, posicionarse en relación con un referente positivo (un bien: la interacción), una necesidad universal (o universalizable), es decir, una necesidad que todas las personas pueden sentir o tener en diferentes momentos de su vida. A la vez, ayuda a los servicios sociales a devolver a las otras ramas de actividad su indelegable responsabilidad para con todas las personas (y también para con los miembros de esos colectivos vulnerables).
Con esta visión, a mi entender, los servicios sociales se alejan, con más claridad, de poder ser entendidos como asistencia social, concepto con innegables connotaciones de intervención residual (y con contenidos materiales que rebasaban el ámbito de los servicios sociales para entrar en otras ramas de la acción pro bienestar). No serán, si se permite el símil ciclista, el camión escoba para las personas que quedaban excluidas de la protección o bienestar que proporcionaban las otras ramas o sistemas, supuestamente universales y normalizados.
Del mismo modo, se configura la intervención social como una actividad en la que procede la colaboración y el mestizaje entre diferentes disciplinas y profesiones (aceptando la centralidad histórica del trabajo social y la actual pujanza de la educación social, pero asumiendo que ninguna tribu, por si sola, podrá dar respuesta a los retos que hoy tienen planteados los servicios sociales y la intervención social en general).
Propondría, entonces, hablar de servicios sociales, al menos en el caso español, para ese conjunto de actividades relacionales, de servicios personales que se configuran como una de las ramas de la acción pro bienestar (y que, en definitiva, vienen reguladas por las correspondientes leyes) y que, en mi definición, tienen como referente la interacción. El concepto de intervención social, para mí, conservando ese referente e incluyendo todo lo que recoge este concepto de servicios sociales, nos serviría para referirnos a un ámbito más amplio y, en algunas ocasiones, mucho más amplio. Me explicaré.
En un contexto como el español no cabe pensar que las personas que trabajan en el sistema educativo, en el sistema sanitario o en la Seguridad Social se reconozcan en el concepto de intervención social. Nadie diría en España que la cirujana que opera en un hospital, el profesor de un instituto o la funcionaria de la oficina del paro se dedican a la intervención social. Ello no quiere decir, sin embargo, que actividades de carácter sanitario, educativo o de garantía de ingresos (entre otras) no puedan, legítimamente, ser consideradas como intervención social. Por ello podemos hablar, seguramente, de lo sociosanitario, lo socioeducativo, lo sociolaboral, lo sociohabitacional... La propuesta conceptual sería que, para que podamos hablar de intervención social, tiene que haber una contribución identificable y significativa en lo que tiene que ver con la interacción, con el ajuste entre autonomía personal e integración comunitaria.
Esta definición nos permitirá hacer, en diferentes contextos, un uso más o menos abarcador del concepto de intervención social. Así, por ejemplo, es lógico que en países latinoamericanos con sistemas de bienestar menos formalizados y subdivididos y contextos sociales de mayor desigualdad y exclusión que las que tenemos en España, el concepto de intervención social acoja en su seno realidades más amplias. Por decirlo con un nuevo ejemplo, es mucho más probable que el proceso de pavimentado de una calle pueda ser considerado intervención social en un barrio de invasión del sur de Quito que en la Gran Vía de Bilbao. Por tanto, con independencia de otras dimensiones o componentes que pueda tener una intervención, propongo denominarla intervención social cuando la aportación en relación con la interacción sea especialmente relevante o relativamente prioritaria, cuando la conservación, construcción o reconstrucción de la capacidad personal y el vínculo relacional (en la relación dialógica y dialéctica entre autonomía e integración) sea relativamente central o clave19.
Por todo lo que estamos diciendo, la intervención social tiende a ser, en general, microsocial. Al ser la interacción el fin y el medio de la intervención social, diría que ésta tiende a realizarse, más bien, cara a cara. Por ello considero que nos encontramos en un momento clave para el desarrollo de los servicios sociales y de la intervención social en general, porque toda una serie de rápidos e intensos cambios sociales han puesto de manifiesto las limitaciones de las grandes políticas macro (sin duda necesarias pero torpes ante la creciente diversidad e individualización propias de la modernidad líquida) (Bauman, 2002) y la necesidad de una intervención micro proactiva y competente.
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