domingo, 10 de enero de 2010

Felicidad



La felicidad es un modo de ser-en-el-mundo. El lenguaje muestra una vez más su sabiduría. Atribuye a los sentimientos un estar provisional y efímero: estoy alegre, estoy triste, estoy acongojado o satisfecho. Pero, usando toda la solemnidad, toda la profundidad y circunstancia, dice: soy feliz. Y esta afirmación lingüística vocea un estrato más íntimo, más adentrado en mí: soy feliz, aunque en este instante me sienta desdichado. Todo está resumido en ese aunque. Aunque en este instante estoy sufriendo los tormentos del infierno, no cambiaría mi modo de estar-en-el-mundo. [...]

Objetivamente, le felicidad es la situación que nadie querría perder. Ya sabemos que esa manera de estar en el mundo se concreta en poseer derechos universalmente reconocidos. Vivir en la órbita de la dignidad es la felicidad objetiva del ser humano.

Cualquiera me dirá que eso no produce placer, y que no es una situación que pueda percibirse sentimentalmente. Ambas cosas son una clamorosa falsedad, que procede posiblemente del espejismo del saciado. Es poco verosímil que el lector de este libro se encuentre en una situación de total carencia de derechos. La naturalidad con que los aceptamos como elementos del paisaje cultural nos permite despreciarlos. [...] Concebir los derechos como una propiedad pasivamente recibida es una corrupción de la naturaleza, que deforma toda nuestra vida moral.

Cuesta trabajo imaginarse la carencia absoluta de derechos, lo que es sin duda una prueba del progreso social. [...] El terror, las torturas, la ignominia, las infinitas maneras de producir dolor injusto y evitable nos recuerdan hasta que punto estamos protegidos por nuestros derechos. Un sesteo indecente nos impide reconocer y percibir fruitivamente nuestra privilegiada situación. Hay que afirmar con contundencia que estar-en-el-mundo como seres dotados de dignidad es nuestra felicidad objetiva.

Puesto que los derechos no son una cosa, sino un proyecto inventado, mantenido y parcialmente realizado por los seres humanos, sólo puede disfrutar de este modo de estar en el mundo un sujeto activo, creador del orbe ético. Ésta es la gran creación y, como tal, nunca cesa. Por eso, la definición de los contenidos de la dignidad, del alcance de sus derechos y de las figuras de la justicia se despliega históricamente.Los valores éticos, dice Wylleman, no pueden ser deducidos de un fin que sería la moralidad perfecta. El sistema de derechos y deberes que forman refleja más bien el reconocimiento de la dignidad humana en un momento dado de la historia.

No hay, por lo tanto, un nivel definitivo de la dignidad, sino un progreso que, históricamente, se ha manifestado en el reconocimiento de los derechos. Una ética constituyente los recogerá, sin duda, pero cambiados de sentido, porque los considerará compromisos y no leyes físicas ideales de una Jauja inexistente. Al clarificar las implicaciones de esta expansión de la justicia nos encontraremos con una sorpresa. Al menos lo ha sido para mí. La idea de justicia no me parece creadora. En el origen de todos los grandes avances sociales ha habido alguien que ha ido más allá de la justicia. Se ha esforzado más de lo que le correspondía. La expansión del orbe de la dignidad procede de un entusiasmo creador de valores, que llamaría amor si esta palabra no estuviera absolutamente inutilizada para todo discurso coherente. Este sentimiento aparece como gran creador de valores éticos. Pertenece al momento inventivo de la ética, que después deberá ser corroborado y justificado por los procedimientos racionales.


Texto extraído del libro "Ética para náufragos"(1995) del toledano José Antonio Marina, profesor de filosofía, escritor y cultivador de berzas.



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