Mientras el ejército ha tomado las calles para evitar saqueos, los chilenos han hecho llegar ropa y comida al sur del país para las víctimas del terremoto.- REUTERS
Extracto de El País, 07/03/2010, "Los cuatro terremotos de Chile", por Javier Rodríguez Marcos (Enviado Especial).
Fernando Villarroel, un asistente social que se refugia por las noches en la casa de su hermana pero que se pasa el día recorriendo las comunas del gran Concepción (un conglomerado de más de un millón de habitantes) dice que un terremoto saca lo mejor o lo peor de la gente. Por eso la otra cara de los saqueos es la red espontánea tejida por los vecinos para calentar agua en casa de quien tenía todavía cocina de gas, garantizar la comida de los niños, las medicinas de los enfermos o amasar pan con lo que alguien había conseguido en un barrio de mala fama. En una ciudad en la que no funcionaban los semáforos y tomada por las colas de coches en busca de gasolina y agua antes de que el toque de queda obligase a despejar las calles, el tráfico era más ordenado y bastante menos ruidoso que en Madrid o Barcelona un día laborable. Pasada la psicosis de las noches en las que algunos salieron a la calle cómicamente armados con sables, la gente supo sobreponerse incluso a la rabia provocada por la actitud de sus gobernantes, que no les avisaron de la catástrofe marina, dudaron antes de protegerles y tardaron en distribuir las canastas familiares de auxilio. A algunos barrios llegaron por primera vez el viernes. Villarroel lo resume con una de las pancartas desplegadas al otro lado del río Bío Bío: "Santiago no es Chile".
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