viernes, 13 de noviembre de 2009

Más balas que años


Goma, Kibu Norte. Tarde de junio en la República Democrática del Congo. Dos montículos de ropa se apilan en el suelo. Uno es verde y apesta a sudor. El otro, una maraña de vaqueros, chanclas, camisetas y cinturones de segunda mano, mengua poco a poco. Entre estas prendas, una decena de adolescentes agitados eligen su ropa nueva. Otros, a medio vestir, arrojan a la pila verde la hedionda vestimenta con la que han llegado. Es ropa militar. Hace un rato, estos niños eran soldados.

Cambiar el atuendo bélico por el traje de civil es el rito informal con el que este centro de los salesianos, Don Bosco Ngangi, acoge a los niños soldado. La primera capa ya está fuera. Bajo la piel les quedan los recuerdos de las violaciones, torturas y asesinatos que sus jefes les obligaron a cometer. ¿Qué edad tenían? Nadie se lo preguntó. Bastaba con que tuvieran la fuerza para sostener un fusil. Don Bosco es una de las instituciones que existen en la zona que intentan pegar los trozos rotos y construirles un futuro.

Los salesianos abrieron hace 20 años esta escuela que atiende como puede las infinitas necesidades de la población de Goma, capital de Kibu Norte. Su director es el sacerdote Mario Pérez, cuyo empeño ha mantenido el centro abierto. Dan comida y educación a huérfanos del sida, niños famélicos, menores acusados de brujería... Pero su trabajo con los niños soldado es el más delicado. "Es imposible devolverles la infancia porque han visto cosas atroces y han violado a mujeres en su edad más pura, pero intentamos al menos que vuelvan a ser civiles", dice el padre Mario. Situada al oeste de Ruanda, esta región congoleña arrastra la historia más sangrienta del país, ser uno de los escenarios del genocidio de los hutus contra los tutsis que en 1994 aterró al mundo.

Después del último brote de violencia de esta guerra interminable, la ONU ha pedido a los grupos armados que liberen a los menores que tienen combatiendo para ellos. Todos reclutan a niños como milicianos, desde el Ejército regular del Gobierno del Congo a la milicia Mai Mai más pequeña. Unos 7.000 están enrolados en alguna de ellas, según un informe elaborado por la Coalición Internacional Children Soldier.

[...] Nos ayuda un improvisado traductor de suajili, el congolés Gaspar Hangi, un trabajador social que se dedica a rastrear en el pasado de los niños para encontrar pistas sobre el paradero de sus familias. Anunciar a sus padres que sus hijos siguen vivos es el primer paso para el cambio de vida. Si sale bien, habrán dado el paso más importante para la reinserción. Pero no siempre es un camino fácil porque a veces no tienen dinero para acogerles y otras se abochornan del pasado sanguinario de sus hijos.

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