lunes, 14 de junio de 2010

Miradas de otra parte

Rachid y Gora, dos jóvenes inmigrantes cuentan su experiencia y sus problemas de adaptación • Ambos colaboran con la ONG Accem

Publicado en La Tribuna de Toledo del 1/06/2010

A Gora y a Rachid les separan nueve años de edad, varios países del continente africano y distintas experiencias a la hora de buscarse la vida. El primero, un joven senegalés de veinte años, penó lo suyo para llegar a España en busca de la utópica prosperidad, mientras el segundo viajó con mayor comodidad para estudiar la carrera de Traducción. Aun así, los mundos de Gora y de Rachid se tocan a la hora de enfrentarse a la adaptación y la aceptación en una tierra lejana a las suyas.

«Me vine a España en un cayuco con 17 años», comenta Gora con un castellano bien aprendido. El joven senegalés había escuchado demasiadas veces que en nuestro país se ofrecía una vida mejor porque veía que la gente que volvía a su pueblo traía buena ropa, dinero y coches. La imaginación y la desesperación hicieron mella en Gora, que aprovechó su experiencia como «mecánico de motores de cayuco» para subirse a una de las embarcaciones rumbo a las Canarias.
«En cada uno de los cayucos tenía que ir alguien que supiera solucionar cualquier problema». Así que se echó al mar con unas cuantos senegaleses más y tardó seis días en arribar en Tenerife. El sueño se interrumpió al llegar porque terminó en el centro de menores ‘La Esperanza’, donde permaneció seis meses. Aquella vida no prometía trabajo, pero se empeñó en aprender castellano para buscarlo cuando saliese de ‘La Esperanza’, un centro de menores que no disfruta de buena fama en los medios de comunicación.

«Me quedé muy sorprendido porque tenía la ilusión de que encontraría trabajo y tendría dinero rápido». Goran, de 20 años, sonríe sin disimulo recordando su ingenuidad. Desde el centro ‘La Esperanza’ le trasladaron a otro en Toledo, donde pasó otro medio año porque todavía no era mayor de edad. Una de las primeras oportunidades se la ofreció la Escuela Taller, donde continúa aprendiendo albañilería. «Llegué cuando estaba empezando la crisis y no había forma de encontrar trabajo». A pesar de que disponía de permiso de residencia, la falta de empleo derivó en una serie de complicaciones administrativas con las que tuvo que lidiar durante meses.
«Me pedían el pasaporte para renovar papeles, pero no lo tenía». En esos momentos consiguió la ayuda de la ONG Accem, pero tuvo que volver a Dakar, en Senegal durante quince días para terminar de resolver la situación porque le faltaban días de cotización. Es la única vez que ha visto a su familia y sus amigos desde que se embarcó en el cayuco, pero mantiene con ellos contacto por teléfono e internet. Los echa de menos, pero no les engaña cuando quieren conocer cómo se vive en e España. «Les digo que ahora vivir aquí es muy difícil por la crisis y veo a mucha gente africana en Madrid que está sufriendo mucho».
Aunque se suele hablar de Senegal como un país poco desarrollado, Goran insiste en que «allí hay gente que lo está pasando mejor que aquí». Pero todavía muchos jóvenes sueñan con subirse a un cayuco a cualquier precio aunque sus sueños mueran por el camino con tal de alcanzar la tierra de las oportunidades.

Gora está completamente integrado en Toledo. Disfruta de amigos y de su tiempo libre, pero se lo ha tenido que ganar después de muchos líos con los papeles y de costosos meses de adaptación. «Los africanos somos gente abierta y es muy fácil conocerla, pero cuando llegas te encuentras con mucha falta de comunicación». El joven no encuentra barreras, pero ha sentido la distancia de mucha gente que mira de reojo. «Muchos no te quieren porque no te conocen. Si lo hicieran, a lo mejor, cambiarían de opinión».

A Gora le entristece ver en las noticias de un goteo continuo de cayucos a la llegada a las playas. Sabe que los nuevos lo van a pasar muy mal y es consciente de que muchos han perdido la vida en alta mar sin la oportunidad siquiera de tocar otra tierra.

Estudios

Rachid se encuentra en un reto constante. Llegó a España hace más de dos años como becario para estudiar tres meses, pero decidió quedarse a pesar de las dificultades para encontrar trabajo. Compartir piso fue una de sus tablas de salvación porque este joven marroquí de 29 años ha podido mantenerse con lo justo gracias a su trabajo esporádico en una tetería, pero conoce unas cuantas familias que han tenido que regresar a Marruecos porque ya no podían mantenerse en España.

Los estudios le ayudaron a integrarse, pero Rachid también se topó con la sensación que ofrece el desconocimiento del otro. «La gente, muchas veces, no está dispuesta a abrirse », aunque asegura que tampoco se puede generalizar. Aun así, a Rachid no le costó mucho integrarse en la Asociación Comisión Católica Española de Migración (Accem). Le recomienda la experiencia a todos los que llegan para adaptarse. Además, Rachid también se ha unido a la ONG para ayudar a otros inmigrantes con problemas. Les cuenta su experiencia y les dice que «hay que respetar el país de acogida» e intentar integrarse, aunque no entiende la polémica que se ha creado en torno al velo islámico ni la postura que ha tomado la prensa dando más voz a los que lo critican. En su opinión, los de aquí también tienen que superar la distancia y poner más empeño en conocer al otro.

Gora y Rachid han crecido deprisa, pero ahora disfrutan de la juventud que guardaban mientras se aferraban a esta tierra. El senegalés ya puede contar lo del cayuco como una experiencia más. Mientras, el marroquí sonríe y se lo pasa en grande en una fiesta.



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