El blog Els Nous Pobres narra historias como la de Virginia, que hace un mes salió de su particular clandestinidad. “Era un día de bajón y decidí contarlo. Que la gente vea que existimos”, explica por teléfono. Es licenciada en filología inglesa, tiene un bebé de 16 meses y cero ingresos al mes. Ha trabajado como recepcionista y secretaria bilingüe durante siete años, y llegó a montar una panadería que no funcionó. Desde hace ocho meses vive con su madre en Medina del Campo (Valladolid). “Ella paga el biberón de mi hija, le compra los pañales y la ropa”, cuenta con crudeza. “Soy pobre, pero si me ves por la calle nunca lo imaginarías”, repite.
“Somos muchos más de lo que la gente cree. No dormimos bajo un puente, no somos indigentes, pero podríamos llegar a serlo si no tuviésemos a nuestras familias”, asegura.
Porque es cierto que el colchón familiar ha funcionado hasta ahora, pero cada vez es más fino. “Mucha gente estira hasta el infinito la ayuda de los seres cercanos, pero cuando toda la familia está mal, esto se vuelve imposible”, explica Luis Muela, presidente de la Cruz Roja de Getafe . Patricia Moreno, una trabajadora social del mismo centro, abunda en la complicada tesitura en la que se encuentran estos perfiles de personas necesitadas pero que no están acostumbrados a lidiar con estrecheces: “Hablamos de personas desesperadas por tener que elegir entre dar de comer a sus hijos y pagar la hipoteca”.
Uno de los retos de los trabajadores sociales y voluntarios es conseguir que quienes empiezan a recurrir a sus servicios los acepten sin sentimiento de culpa. “A veces creen que han fallado ellos, pero les explicamos que ha sido el sistema el que se ha caído”, cuenta Moreno.
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