domingo, 12 de septiembre de 2010

Peligro: la cohesión social se agrieta

La crisis saca a la luz las debilidades de la red de protección social - Los hogares considerados integrados bajan de un 49% a un 35% en dos años - La exclusión se ceba en familias pilotadas por mujeres, inmigrantes y personas con pocos estudios

Publicado por CARMEN MORÁN en El País del 12/09/2010


Los que trabajan atendiendo a las personas más desfavorecidas suelen echar mano del humor como terapia diaria. Para explicar la diferencia entre ser pobre y estar al borde de la exclusión social han tomado como modelo al presidente de la Comunidad Valenciana, Francisco Camps.

Los que trabajan atendiendo a las personas más desfavorecidas suelen echar mano del humor como terapia diaria. Para explicar la diferencia entre ser pobre y estar al borde de la exclusión social han tomado como modelo al presidente de la Comunidad Valenciana, Francisco Camps. "Su declaración pública de bienes le sitúa en el umbral de la pobreza, pero no está en riesgo de exclusión porque puede votar y ser elegido y porque, además, tiene muchos amiguitos del alma", bromean. Efectivamente, ser pobre no es lo mismo que rozar los márgenes sociales. Para estar integrado en el entorno sirven, entre otras cosas, tener capacidad de participación política y una red familiar o de amistades que frene la caída.

Varios expertos de distintas universidades han definido un conjunto de factores que perfilan el riesgo de exclusión social, como los ya citados, y otros: dificultades con la vivienda, desempleo, falta de estudios, mala salud, dependencia física y psíquica, hogares con malos tratos, adiciones, delincuencia. La concurrencia de varios de ellos puede desencadenar en la exclusión. Por eso la crisis económica ha sido la gota que ha colmado el vaso en muchos hogares que ya atravesaban una situación precaria. Un informe de la Fundación Foessa (de estudios sociales y sociología aplicada) y Cáritas a partir de sendas encuestas, la primera en 2007 y la segunda en 2009, demuestra que el primer año había un 49% de hogares integrados socialmente, que cayeron a un 35% en 2009. Y el 35% los hogares que en aquel primer año se encontraban en integración precaria han pasado a ser un 46%, a los que hay que sumar un 12% en exclusión moderada, dos puntos más que en 2007. ¿Quiere esto decir que prácticamente la mitad de los hogares españoles no pueden calificarse siquiera de integrados? "Sí, porque estamos hablando de exclusión, no de pobreza. Hay gente con dificultades económicas que no tiene problemas de integración. Pero en estos hogares de los que hablamos concurren varias circunstancias que los sitúan en esa calificación", responde Víctor Trenes, responsable del Servicio de Estudios de Cáritas.

Este descenso en el bienestar está encabezado por hogares pilotados por mujeres, o monoparentales (monomaritales, habría que decir en este caso) así como familias donde viven varios menores y algún anciano; se trata también de inmigrantes y de personas con escasos estudios a los que el derrumbe del empleo en la construcción les ha cerrado las salidas laborales.

Se diría que una mujer con una cebolla es capaz de hacer una sopa con la que alimentar a unos cuantos mientras, que un hombre pasaría hambre con eso mismo... "Sí", responde Francisco Lorenzo, técnico de Estudios de Foessa, "pero normalmente el hombre dispone de tres cebollas mientras que la mujer no tiene ni una". Que la pobreza sea distinta de la exclusión no quiere decir que no constituya una vía para llegar a ella. La feminización de la pobreza se traduce, pues, en este caso, en feminización de la exclusión.

A juicio de Lorenzo, este avance de la exclusión pone de manifiesto las goteras del sistema de protección social español, "universal pero insuficiente". "Es necesaria una mayor inversión en derechos sociales, especialmente en todos los aspectos educativos y laborales, que garantice la participación de todos en el empleo y la riqueza social. El PIB no te dice si la gente vive bien, este no es el modelo económico, ni el PIB el indicador", zanja Lorenzo.

Porque el peligro de este avance, avisan, es la ruptura de la cohesión social. "No estamos todavía en la situación que se dio en Francia, cuando ardía la periferia de París por revueltas de jóvenes hijos de inmigrantes, pero el proceso puede ser parecido", avisa Lorenzo. "Si faltan los estudios, si barrios enteros se convierten en guetos donde la falta de formación y los trabajos precarios son la herencia de una generación a otra estaremos ante una apuesta clara por el conflicto", advierte.

El catedrático de Economía de la Universidad Autónoma de Barcelona Josep Oliver cree que a España aún le falta para llegar a la mencionada situación francesa: una confluencia de degradación económica y social que afectaba a segundas generaciones de inmigrantes. "Pero es una advertencia", dice. "A pesar de la dureza de la crisis, no hay que olvidar que el porcentaje de hogares en los que todos se declaran desempleados era de alrededor de un 8% a finales del año pasado, cuando en la crisis de los noventa alcanzó el 12% sobre el total", prosigue Oliver. Cree que este colchón, que a su juicio explica que la tensión social esté contenida, se debe, en parte, a la presencia de la mujer en el mercado laboral. "Eso permite que el volumen de personas ocupadas siga en máximos históricos, unos 18 millones de ocupados, cuando en 1994-1995 eran unos 11 o 12 millones". Oliver no discute que la exclusión se esté cebando con los hogares en los que las mujeres proporcionaban la renta, o los monoparentales, pero cree que la incorporación femenina al empleo proporciona además la otra cara de la moneda, una cierta contención de la precariedad social.

El segundo gran cambio que detecta el informe tiene que ver con la edad, porque a finales de los noventa, la pobreza había disminuido en esta franja y "hoy ha aumentado y está por encima de la pobreza general, lo que quiere decir que las pensiones han perdido capacidad en relación con la renta media", explica Víctor Renes.

La familia es el gran factor transversal en países como España y otros mediterráneos. Si hay red familiar uno puede seguir trabajando porque la abuela se encarga de los nietos, siempre hay alguien que administra las medicinas y ayuda a levantarse de la cama, proporciona contactos en las horas bajas -un simple divorcio puede ser el desencadenante de una exclusión social si ya hay un terreno abonado con otras miserias- e incluso echa una mano si el sueldo escasea. La familia. Justo lo que no tienen los inmigrantes, por eso, este colectivo también le pone rostro a la pobreza y a la marginación social.

En realidad, entre los hogares que se incluían como integrados en 2007 el batacazo ha sido singular. Más de la mitad de ellos, un 56,4%, ha dejado de serlo, la mayoría para pasar al grupo de integración precaria, pero algunos -pocos- están ya en exclusión moderada o severa. Afortunadamente, otros que se encontraban en situación muy depauperada han mejorado. Los que no cambian mucho son los que se encontraban en el escalón más bajo. "Los que no tienen nada que perder, nada pierden. Todo lo más es que la situación no les va a permitir mejorar, precisamente", dice Gustavo García Herrero, director del albergue municipal de Zaragoza y experto en asuntos de exclusión social. "Esta crisis no afecta a los que estaban en la calle, sino a los que están en sus casas, porque suma el factor económico a los que ya tenían otras carencias y eso puede ser el desencadenante de la exclusión. Si alguien tomaba medicinas y deja de tomarlas por falta de dinero, o se suspenden cuidados, o se deja de ir a la escuela, o se va sin desayunar. Pero a los que eran pobres, integrados o no, la economía no les ha cambiado. Por tanto, las condiciones siguen parecidas", añade García Herrero.

Efectivamente, la exclusión severa se mantiene casi inamovible en casi un 6% de los hogares y la pobreza severa en algo más de un 3%, como al inicio de la crisis, incluso algo mejor. Hay una paradoja para ilustrar este "cuanto peor, mejor", que relata Josep Oliver: "En Reino Unido, antes de la crisis ya había un 10% de hogares en el desempleo absoluto. Se han añadido algunos, pero no muchos más. Las ayudas sociales que allí se prestan son más abundantes, pero eso puede permitir una marginación que dure generaciones. En el caso español, la exclusión está más vinculada al empleo, así que la mayor participación femenina en el mercado laboral, las ayudas que han complementado el subsidio por desempleo, así como ciertas ocupaciones sumergidas o el trabajo doméstico, permiten a algunas familias mantenerse a flote", dice Oliver. "Claro que, en términos absolutos, nadie duda de que está quedando mucha gente afectada", remata el catedrático.

Sí. Los datos que aporta Cáritas los conocen en los ayuntamientos y en las comunidades autónomas, porque han visto como la clientela que tradicionalmente necesitaba ayuda se ha multiplicado por dos, por tres...

En el País Vasco, una de las comunidades con una mejor cobertura social, de la que se muestra orgulloso el viceconsejero de Asuntos Sociales, Fernando Fantova, la crisis ha incrementado el número de usuarios de las rentas de inserción: en enero del año pasado unas 35.000 familias percibían lo que allí se llama renta de garantía de ingresos. Ahora son más de 54.000. Es una renta que complementa las pensiones más bajas, las pagas por discapacidad, para los que no tienen otros ingresos o para estimular al empleo entre los que trabajan pero cobran poco.

Esto último es una novedad, porque el País Vasco espera en breve trasladar estas rentas, ahora gestionadas por los servicios sociales, al futuro servicio de empleo vasco. "Porque el reto no es entregar una ayuda económica sin más, sino vincularla a la consecución y mantenimiento de un empleo. Porque en el País Vasco esto es un derecho subjetivo para el que cumple ciertas condiciones, pero no debe percibirse como una renta incondicional, sino como una vía para avanzar en el bienestar y la calidad de vida a través de un empleo", afirma Fantova.

Los ayuntamientos, cuyos trabajadores sociales gestionan las ayudas de emergencia municipales y también las rentas mínimas de inserción, como la citada del País Vasco, saben de sobra cómo han aumentado las necesidades más básicas en familias que antes tenían al menos lo suficiente. "Los trámites para conceder ayudas que gestionan los trabajadores sociales se han multiplicado por tres", asegura Carmen Tamayo, directora de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Logroño. "Las emergencias sociales están quedándose cortas, desde luego", dice. Hace 30 años se ayudaba a pagar el agua o la luz, ante una situación de extrema necesidad. Ahora, la política es más de intervención planificada, alquileres de piso, hipotecas... Y, por otro lado, están las ayudas de manutención, por ejemplo, complementar las becas de comedor para los niños. Con eso te aseguras que al menos hagan bien una comida al día. No damos abasto, las listas de espera en los centros de servicios sociales están creciendo", añade. Este problema es común en miles de ayuntamientos.

Desde Cáritas avisan: "Si las redes de inserción y las ayudas sociales flaquean, la cohesión social se resentirá. Si el Estado no proporciona la protección suficiente y el apoyo para revertir estas situaciones de extrema necesidad el grito será sálvese quien pueda, y se colarán los discursos xenófobos. Todo ello abrirá grietas en la cohesión social".

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