lunes, 19 de mayo de 2014

DESAHUCIADOS EN EL OLVIDO: SUPERVIVIENTES DE LA HEROÍNA Y SIDA DE LOS 80 Y 90

“Los que están aquí son supervivientes, supervivientes de la heroína y del SIDA de los años 80 y principios de los 90”


HISTORIAS DE VIDAS EN EL HOGAR SILOÉ (JEREZ)

DESAHUCIADOS. David Berlanga. 

Fuente: Diario Andaluces.es 18.05.14


Desahuciado: "Dicho de un médico: Admitir que un enfermo no tiene posibilidad de curación" (RAE, 21ª edición, 2001)

“No tengo adonde ir. Es que ya lo he quemado todo”, asegura José Manuel García. En su rostro se traza el mapa de una vida difícil, difícil y conflictiva. “Estoy condenado a vivir aquí porque no tengo adonde ir. A quedarme, ojo, no a morir, como mucha gente de esta casa”. La casa se alza sobre una colina a las afueras de Jerez, cerca de la laguna de Torrox. Se llega a ella por un carril a medio asfaltar. Es una casa grande, dos plantas, blanca con ribetes amarillo albero, aspecto señorial desde fuera. Más allá de la verja y de la gran cancela, siempre cerrada, viñedos. A lo lejos, las últimas casas de una zona residencial de reciente construcción.

El día es frío y gris. Alguien en silla de ruedas fuma cerca de la entrada bajo la atenta mirada azul celeste desde dentro de Carmen Gorrochategui. Carmen viene una vez a la semana para ayudar en lo que haga falta. Echa un vistazo ahora a la sala contigua, donde unos diez residentes, la mayoría en silla de ruedas, pasan el tiempo en silencio sin prestar atención al televisor encendido. José Manuel, 64 años, fuma tumbado en la cama de su habitación de la segunda planta. Sobre el escritorio, fotos antiguas de su padre, de su madre, de uno de sus tres hijos. “He visto morir a muchos amigos. De sobredosis, pocos. Pero de SIDA, muchos. Sobre todo en los últimos 15 años o por ahí”.

“Los que están aquí son supervivientes, supervivientes de la heroína y del SIDA de los años 80 y principios de los 90”, afirma Antonio Barrones, el director. En una de las estancias del Hogar Siloé, más elegante que el resto, cuenta que es enfermero de la unidad de infecciones del Hospital de Puerto Real, y fue allí donde hace 20 años le golpeó en la cara la situación de parte de los afectados por el SIDA: la de los drogodependientes víctimas del caballo y de las jeringuillas de ida y vuelta. Creó la Asociación Siloé junto a un puñado de cristianos de base como él. Después, emprendieron la construcción de esta casa, que en septiembre cumple 15 años abierta. “La muerte forma parte de la vida aquí. El último fallecimiento fue hace dos semanas”, afirma.


“POR LA PUTA DROGA”
Pilar está en la cocina, entre fogones y ollas. “Cuando veo que ya no hay nada que hacer y mueren en paz y acompañados, y no han muerto en la calle, yo me quedo tranquila porque hemos cumplido nuestra misión”. Eso cuenta Pilar Bartolomé, monja dominica que desde que se abrió el Hogar Siloé acude como voluntaria. Trabaja de lunes a viernes, diez horas diarias. Ayuda en la cocina. Cuida de la higiene de los residentes. Reparte medicación. Da cariño. “Pero cuando no hacen bien las cosas me pongo seria con ellos, ¿eh?”. Y entonces sonríe.

“Pilar ha sido para mí como una madre”, afirma Antonio Areales, 44 años, enganchado a la heroína desde que irrumpió en su barrio de Mataró a principios de los 80. El barrio, las amistades, el hermano mayor que ya tomaba… “Además de compartir jeringuilla, muchas veces no esperaba. Si me encontraba alguna, la utilizaba. Por la puta droga”. Luego llegó el test rápido con el que descubrió que era seropositivo. Ahora, en esta mañana fría y gris, sigue con sus tareas de mantenimiento de la casa. Aquí siempre hay algo que hacer.


“Lo que ofrecemos es vivir como una familia, los cuidados básicos de una casa… El tema clínico es fundamental. Tenemos un médico voluntario de la unidad de infecciones que viene aquí. Tenemos también una trabajadora social. La atención psicológica es otro pilar fundamental”, asegura el director.
Según Antonio Areales, “el psicólogo es un tío de puta madre”. El psicólogo se llama Juan José Becerra. En su gabinete, situado en un pabellón anexo a la casa, atiende a José Antonio, uno de los 23 residentes actuales del Hogar Siloé. José Antonio llegó hace 10 años. Ahora va en silla de ruedas y padece demencia. “Te encuentras trastornos de todo tipo. Ansiedad, esquizofrenia, demencia, drogadicción, depresión… Un psicólogo se lo tiene que saber todo de la parte de Psicología clínica, porque todos tienen algún trastorno”.

El deterioro cognitivo de José Antonio es grande. La enfermedad hace años que afectó a su sistema nervioso central. El psicólogo trata de apaciguar la ansiedad en la que parece estar permanentemente inmerso; le pregunta su nombre, se lo hace escribir, le pide que cuente del uno al diez… Intenta mantenerlo anclado a la realidad. “El patrón ha cambiado mucho desde que yo llegué aquí hace 10 años. Antes, eran chicos relativamente jóvenes, todos con temas de drogadicción. Ahora, el hogar ha evolucionado hacia personas con problemas de tipo cognitivo. Gran parte del trabajo se centra ahí y si hay un problema de drogadicción es puntual”.

En el pasillo, Alí saluda al periodista desde su silla de ruedas. Cuenta que es de Somalia, que lleva poco tiempo en el hogar. Y luego se pierde en el delirio. El director Barrones completa su historia: “Llegó hace un mes desde un hospital de Sevilla. Pesaba 29 kilos. Ahora pesa 34. Y eso solo con comida, sin darle medicación todavía”.

El Hogar Siloé tiene 25 plazas, 16 concertadas con la Junta de Andalucía. Nueve con dependencia, siete con drogodependencia. Las siete restantes son de emergencia social. La Administración no cubre el coste de estas últimas, sino que la asociación que gestiona el hogar busca financiación para ellas a través de programas puntuales de empresas, bancos e instituciones. Quienes llegan aquí vienen de la calle; algunos, en fase terminal, proceden de prisión y terminan de cumplir condena en el hogar. Personas en cuyos laberintos vitales perdieron el hogar y la familia. Aquí encuentran techo, atención, seguimiento clínico, rigor en la toma de los retrovirales que hacen detener el avance de la enfermedad. 20 trabajadores y otros 20 voluntarios cuidan de ellos.


“NO SON SANTOS”
En el comedor, primer turno del almuerzo. Pilar Bartolomé sirve la comida y da la medicación, a cada uno la que le corresponde. “Me parece muy bien lo que está haciendo este Papa”, asegura la dominica. “Pero la Iglesia ya va tarde… Es que el cristianismo no es una religión, es un estilo de vida que vino Jesús a traernos. Y lo hemos convertido en una religión y en unas prácticas. Pero en realidad es una manera de vivir, esta manera de vivir. Yo veo en ellos a Jesús”. Hace 40 años que se instaló en San Telmo con su comunidad, uno de los barrios más castigados por la droga en Jerez. Y ante el requerimiento insistente de uno de los residentes se pregunta: “¿Sería Jesús así de molesto?”. Y Pilar Bartolomé vuelve a sonreír. “No, no son santos. Así como nosotros tampoco”.

“El caballo llegó a mi vida en el año 78 o 79”, confiesa José Manuel García, que ayuda en la cocina a lavar los platos. Detiene la tarea para contar su historia. “Antes había empezado con el LSD. El caballo se me fue de las manos como a todo el mundo, porque se pasa muy mal cuando no lo tienes. La heroína pura te destroza la vida. La que venden ahora es una mierda”. De sus 64 años, 18 los ha pasado en prisión pagando cuatro condenas. Era especialista en robos al descuido en grandes superficies. “El SIDA me lo diagnosticaron en prisión en el año 86 y lo cogería dos o tres años antes. Yo creo que me contagió una chica con la que mantenía relaciones al salir de permiso. Ella no lo sabía, entonces no lo sabía nadie. Cuando me lo diagnosticaron yo todavía no me pinchaba ni nada. Nunca le tuve miedo al SIDA, siempre he pensado que no me iba a morir de esto. Pero el año pasado entré aquí con tuberculosis”. Y entonces sintió miedo. A José Manuel le costó adaptarse al Hogar Siloé, asumir las normas, convivir con personas mucho más deterioradas. Se marchó, pero tras un tiempo fuera pidió regresar. Y volvió hace tres meses. Una de las trabajadoras del Hogar Siloé lleva el almuerzo a la habitación de Juan, un residente que ya no tiene fuerzas para levantarse de la cama.

Mientras tanto, Antonio Areales continúa con su trabajo de albañilería. Estuvo dos años viviendo en el Hogar Siloé. Ahora reside en un piso tutelado de la misma asociación con otros cinco compañeros que, como él, pueden llevar una vida autónoma. Toma metadona. Últimamente anda algo bajo de plaquetas. “Vengo aquí a trabajar, como una forma de estar activo. ¿Qué voy a hacer en el piso? La droga me llevó a delinquir, robos y eso… Pero nunca he cumplido condena. Ahora tenía una causa, pero esta gente me ha ayudado mucho con la Justicia. He visto morir a 20 o 30 amigos. Amistades no sé si me queda alguna. Conocidos y compañeros que he conocido aquí también he perdido a muchos”.

Son las historias de la casa grande que se alza sobre una colina a las afueras de Jerez. Las historias de quienes esperan el cielo en el que cree Pilar, porque el infierno ya lo sufrieron en vida.

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LOS 80, 90 EN ESPAÑA


Los 80: dogras, SIDA y punk en Euskal Herria 


Documental sobre la movida madrileña “La nueva ola en Madrid” (1 de 4) 
Las otras tres partes disponibles también en youtube:


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